Ante la cámara
Ante la cámara
Ya no es pluma, lápiz, cuadernos, borradores en sobres, en el reverso de telegramas, en anuncios, invitaciones –todos cubiertos por completo con bosquejos y notas– lo que uno tiene enfrente.
El sueño se ha desarrollado para convertirse en una cosa masiva y difícil de manejar.
Las palabras del guión sobre la toma de Kazán se han convertido en un campo militar.
Los rayos del sol queman tanto que nos obligan a usar cascos para protegernos. Bajo un sol así no se puede dedicar ni un segundo al sueño o la fantasía. La imaginación está maniatada.
El juego libre de la fantasía que se daba al inicio se ha convertido ahora en profundidad de enfoque, selección de los filtros apropiadamente densos para el lente, el sonido del medidor de metraje.
El frío vidrio del lente se asoma despiadadamente en el ardiente caos de las tiendas, los reflectores, las armaduras y las sombrillas, sin prestar atención más que a lo que está destinado a existir por las inocentes páginas del guión.
De las calcinadas planicies de Kazán, las cámaras se mueven al estudio del sonido. Ya no estamos frente al polvo de centenares de caballos galopantes.
Ahora el zar Iván hace su promesa ante el ataúd de su esposa envenenada. En ese momento parecería estar absolutamente solo con el cuerpo de su mujer.
Pero no, no es así. Las temibles cámaras de acero están registrando cada uno de sus movimientos, cada rasgo de emoción en su rostro.
Los ojos lo están observando intensamente desde cada rincón del estudio de sonido: para asegurarse de que no se sobrepase de los márgenes de composición, que no se salga de foco o de la iluminación laboriosa del set; que no levante la voz más allá del nivel que le han preparado los ingenieros de sonido.
Unos cuantos días después, en la misma catedral en donde el envejecido zar lloró sobre el ataúd de la zarina, el mismo hombre, pero ahora quince años más joven, ¡está siendo coronado zar!
Se requiere de un gran esfuerzo de voluntad creativa y de imaginación por parte de Cherkasov para transformarse de un hombre maduro agobiado por las preocupaciones en un imperturbable joven lleno de esperanza, que mira audazmente
a un futuro glorioso.
Y con lo implacable de la “máquina del tiempo” de H. G. Wells, el mismo estallido de la cámara se recoloca en posición para registrar, con la misma objetividad y exactitud que utilizó para las amargas palabras del encanecido zar, el juvenil discurso y gestos del recién coronado zar.
Uno de los aspectos más absorbentes de la filmación, que compensa todo lo fastidioso, difícil y desagradable, es la constante variedad y novedad del contenido de la trama.
Hoy se filma una cosecha que rompe récords. Mañana un matador en una plaza de toros. Al día siguiente, al Patriarca bendiciendo al nuevo zar.
Y cada tema requiere de su propia técnica peculiar y estricta.
Para que la guadaña sea más efectiva en los campos de la granja colectiva, debe ser manipulada con un rigor no menor del que observa el matador al preparar la muleta y la espada para el momento de matar.
Igualmente estricto es el ritual en las ceremonias y tradiciones del pasado que uno hace renacer cuando trae a la gente del pasado a la pantalla de hoy.
Y así, el padre Pavel Tzvetkov, uno de los deanes de Moscú, a su vez vestido de civil, pacientemente enseña al actor que desempeña el papel de metropolitano la forma adecuada de representar el ritual de la bendición al zar.Simultáneamente instruye al joven zar sobre cómo conducirse en este momento solemne, de acuerdo con los cánones antiguos.
Y aquí, en un bajo profundo (¡y cuán profundo, y qué bajo!), las palabras de la plegaria por la salud del joven zar pasan de las páginas del guión a la pista del sonido.
No sólo hemos elegido el mejor bajo del país, el Artista del Pueblo Mijailov, sino también esa versión de la plegaria “Larga vida” que se me adapta a la atmósfera de nuestra secuencia –la solemne coronación del primer autócrata ruso: el zar Iván Vasilievich IV.
No hay comentarios:
Publicar un comentario